Un pasaje al teatro
Pasaje: del latín passus: movimiento del pie cuando se va de una parte a la otra. Pandere: extender, desplegar.
El Pasaje es, antes que nada, un lugar…
Ubicado al fondo de un angosto pasaje que nace en La Cañada.
Es un territorio cargado de memoria…
Desde principios de siglo, un viejo árbol alberga bajo sus ramas historias del arrabal cordobés.
Hoy, el Pasaje también es espacio que espera.
Un escenario vacío
Telas de colores cuelgan de una escalera y se reflejan en el espejo. Sombreros y guantes sostienen el misterio de personajes que aún no existen.
Dos sillas vacías esperan, a un costado del escenario, las historias de esa noche.
Una luz tenue ilumina la sala donde cuarenta personas aguardan el comienzo de la función.
El músico de la compañía toca el violonccelo.
Los actores se sientan en un banco de madera.
La función de teatro espontáneo va a comenzar.
El pasaje a las historias
La directora comienza a hablar dialogando con la música.
Habla de un espacio vacío para las historias que la gente tenga para contar.
De un teatro espontáneo imperfecto e inacabado, como la vida misma.
Cuenta que Moreno, al crear el teatro espontáneo, buscaba borrar las fronteras entre la audiencia, los actores y los dramaturgos. Él decía que el teatro espontáneo es lo opuesto a las obras de arte consagradas, que son conserva cultural y dejan al hombre común condenado a la pasividad y a la admiración de los genios, que son siempre los otros.
Que el teatro espontáneo se parece a ese canasto donde el artista va arrojando los bollos de papel arrugados, borradores desechados de la obra de arte que finalmente va a ser consagrada.
Que todos somos potencialmente geniales. Nuestras historias cotidianas son tan interesantes como para ser puestas en escena.
El teatro espontáneo nos ofrece la posibilidad de convertirnos en nuestros propios dramaturgos, de escribir con la memoria y la voz una obra que será por única vez.
Un rito de iniciación
Lo que suceda esta noche serán momentos únicos e irrepetibles.
La función se encenderá como una vela y se derretirá dando a luz viejas y nuevas historias, sueños ya olvidados.
Como la luz de la vela tiene que ser encendida y cuidada entre todos para que no se apague.
Para iniciar el rito, un actor acerca un candelabro de tres velas. La directora enciende la primera; otro actor, la segunda y alguien de la audiencia enciende la tercera vela.
El rito de iniciación ha convocado al duende, ese que » hay que despertar en las últimas habitaciones de la sangre… El duende, que sobre planos viejos, da sensaciones de frescura inédita, con calidad de rosa recién cortada… El duende necesita de un cuerpo vivo que lo interprete… Imposible repetirse nunca… anuncia el constante bautizo de las cosas recién creadas…»
Las historias que pasan
La función de teatro espontáneo ha comenzado.
Sin libreto previo, retomando la tradición del teatro oral, cuando la escritura aún no existía y la memoria colectiva de los pueblos era mantenida por el relato de sus poetas.
Sin libreto previo, recreando fugazmente las historias de la gente, historias que siempre son distintas y siempre son iguales, historias que se narran y se escuchan en pequeños grupos.
La audiencia después de conocerse unos a otros, comienza a contar las sensaciones del momento.
Estas son interpretadas por la compañía con sus movimientos, textos y música. De este modo comienza a articularse el texto verbal de los narradores con el lenguaje escénico de los actores, la música y las luces.
De pronto, alguien ocupa la silla vacía para el narrador y aparece la primera historia de la noche. Ésta es escuchada atentamente por la dirección, la compañía y la audiencia toda. Con alguna preguntas en busca del pasaje a la escena, se va construyendo un texto dramático. Se elije una estructura de representación y la escena es representada .
Las historias se multiplican una tras otra y el cuerpo grupal de la compañía es atravesado y conmovido por las escenas y las emociones de ese otro cuerpo grupal que es la audiencia, ese cuerpo social que habla a través de la voz particular de los narradores.
Y todos somos voces de un coro que transforma la vida vivida en vida narrada y después devuelve la narración a la vida, no para reflejar la vida sino más bien para agregarle algo; no una copia, sino una nueva dimensión…
Una a una, las historias narradas para ser escuchadas, son transformadas en escenas para ser miradas. Sostenidas por la música, se van despojando de palabras y se vuelven imagen en los cuerpos de los actores que las escenifican.
Con la última historia, se cierra la ilusión convocada.
Un final abierto
La función ha terminado.
Audiencia, narradores, actores, músico y directora, apagan, aplaudiendo, las velas ya casi consumidas durante las dos horas de función. Apagan entre todos lo que entre todos encendieron.
El duende, «el que gusta de los bordes del pozo en lucha con el creador», estuvo aquí.
Muchos lo han sentido.
El escenario está lleno de gente que permanece reunida en pequeños grupos, emocionada, riendo, comentando y compartiendo lo vivido hace apenas unos momentos.
Unos a otros se cuentan historias, las que quedaron, las que no fueron contadas desde el escenario, las que surgieron tiradas por el hilo de la memoria.
Las fronteras se han borrado
Audiencia, actores y autores se vuelven a mezclar.
La compañía se junta unos instantes para recuperar el cuerpo grupal y compartir sensaciones.
Sólo un rato después podrán separarse para volver a ser ellos mismos, iguales pero diferentes. Uno tras otro, salen a la noche. La puerta se cierra y el escenario queda otra vez vacío… rodeado de historias y silencios… hasta la próxima función.